Este es el último fin de semana que duermo en mi casa. Aún
no me voy y ya comienzo a extrañarla. El domingo por la tarde debo salir rumbo
a la central de autobuses para dirigirme a mi nuevo hogar. Otro ciclo escolar se acerca.
Sinceramente, hoy planeaba no hacer nada. Solo quería empacar y
quedarme, todo el día, acostado. Pero Carla vino a verme. No sé cómo entró.
Solamente recuerdo que comenzaba a ganarme el sueño, producto del ocio, cuando
ella me despertó con un beso en la frente. Cuando me despabilé, notó que mi mirada
estaba muy perdida, y me preguntó qué pasaba. No le dije nada, pero esta vez
insistió en que le diera una respuesta. Por todos los problemas con que lidié,
olvidé decirle que el lunes volveré a la escuela. Un nudo en la garganta
comenzó a ahogarme. Con voz carraspera, le di la noticia. Se sorprendió
mucho al escucharme, pues ella creía que jamás volvería a estudiar. Lo único que pudo decirme fue “felicidades”. Me quedé anonadado. Pensé
que se molestaría porque no le dije antes. Pero en vez de eso, me hizo a un
lado y se acostó junto a mí.
Cayó la tarde sin que nos diéramos cuenta. La mañana se nos
había ido platicando de cosas sin sentido, o al menos eso pienso porque no
recuerdo nada de lo que hablamos. De repente sonó su celular, su madre le
llamaba. Carla prefirió no contestar. En ese momento se levantó y me jaló de un
brazo para que también yo me levantara. Me miró fijamente a los ojos y con voz
tierna me deseo suerte. No recuerdo lo que me dijo después. Me perdí en su
mirada. Se acercó para despedirse. Sus labios, con mucha ternura, apenas si
tocaron los míos. Entonces volvió a mirarme a los ojos y me besó una vez más,
pero esta vez, durante mucho tiempo. El segundo beso fue totalmente diferente.
Volví a tener esa sensación que hacía mucho que no me invadía. Sentí como ese
gran vació que tenía dentro del pecho era llenado lentamente. Mis manos tocaron
su piel, suave e impregnada de un aroma a rosas, y mi respiración comenzó a
acelerarse por el latir desmedido de mi corazón. Entonces, percibí un sabor
salado que contrastaba con el dulzor de sus labios. Sus ojos habían desprendido
una lágrima que rodó por su mejilla y llegó hasta nuestros labios que no
dejaban de amarse.
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