domingo, 18 de noviembre de 2012

Operación cochinilla


El lunes, anunciaron  que se recortaría el presupuesto de la escuela. No le di mucha importancia, pues mi preparatoria siempre ha estado jodida. Durante los últimos tres años se lo han recortado dos veces y había pasado desapercibido, al menos para mí. ¿Qué podía pasar?

Hoy, como de costumbre, salí muy temprano rumbo a la escuela, mientras que el pinche Negro seguía jetón. No lo quise despertar, al fin que ese güey nunca va los miércoles. Cuando llegué, noté que pasaba algo raro: mucha gente tapizaba las paredes y rejas de la escuela. Me dio hueva leer las pancartas y volantes que pegaban, así que me dirigí a mi salón. Al entrar, me percaté de que estaba vacío, por lo que me asomé a los de al lado. ¡Todos estaban vacíos! Entonces, me encaminé a la dirección para que alguien me diera una explicación. Me arrepentí por no haber ido ayer a la escuela. "Seguramente avisaron que no habría clases y yo ando aquí de pendejo", pensé mientras caminaba por el patio central. De repente, escuché una voz aguardentosa, que alegaba a través de un altoparlante, secundada de gritos. El entorno sonaba como un  mitin del Peje. Desvíe mi camino, pues preferí enterarme del chisme primero.

Cuando llegué a la entrada, que era de donde provenía el alboroto, vi que se encontraba bloqueada, y del otro lado, unos cuantos alumnos alebrestados exigían pasar. Enseguida pensé que los del sindicato estaban haciendo sus desmadres, como siempre. Entonces, me dirigí a uno de los agitadores y le pregunté qué sucedía. Me dijo que la escuela se encontraba en paro indefinido y que nadie podría entrar ni salir. Me encabroné mucho y le exigí que me dejara salir de inmediato . Me correspondió con una sonrisa sarcástica y me dijo con tono burlón: “Ya te chingaste. Ahora eres parte del paro”. No pude evitar soltarle un madrazo en la nariz y, de inmediato, comenzó a sangrar. De pronto, sentí un palazo en la cabeza y me desvanecí unos segundos. Cuando recobré el conocimiento, yacía tirado en el piso recibiendo una patiza loca. No pude hacer más que enconcharme, hasta que, de tanta patada en la choya, me desmayé.

Después de unas horas, el hambre me despertó. Pasaron alrededor de cinco horas desde que me perdí el conocimiento. Esos cabrones lo único que hicieron por mí fue orillarme a la sombra. Tenía un chingo de moretones y en la frente, una herida bastante profunda.

martes, 13 de noviembre de 2012

Agarrando mañas

En cuanto pegué publicidad para que alguien viviera conmigo y me echara la mano a pagar la renta, recibí muchas llamadas de alumnos que querían compartir el cuarto. Los entrevisté a todos, pero ninguno me daba la suficiente confianza para que compartiera conmigo el mismo techo. No tuve más opción que resignarme. Tener que pagar toda la renta solo, va a estar muy cabrón. 

Tenía poco más de un mes que había entrado a la escuela, cuando conocí al Negro. No es albur ni nada por el estilo. El Negro es un compañero de la escuela —quiero aclarar que no soy racista—. Me dijo que ese pinche apodo, se lo puso su mamá. Desde chiquito le decían así y ya se acostumbró. Entonces, me dijo que también le dijera así. Entre la plática, me dijo que se tardaba dos horas de recorrido desde su casa hasta la escuela. Se me ocurrió mencionarle que estaba buscando a alguien que viviera conmigo, y así, repartirnos los gastos de la renta. Me preguntó cuánto cobraría y, en cuanto le dije, de inmediato me pidió que compartiera el cuarto con él. Ahora vivimos juntos. 

Es a toda madre ese cabrón. La característica más destacable que tiene, el ojete, es una mata que le llega hasta la cintura —seguramente influencia de la música que escucha, heavy metal—. Creo que por eso me cayó bien, entre otras cosas. Además, es bien pedo, fuma de a madres —igual que yo—, y es bien huevón. Todo el día está dormido. No sé cómo llegó a tercero de preparatoria; nunca lo veo hacer tareas ni estudiar. Bueno, si consideramos que a la escuela le dicen la “vas si quieres”, ya no me asombra tanto. 

La semana pasada, durante la mañana, me preguntó si me molestaban las visitas. Le contesté que no. Al otro día, no llegó a ninguna de las clases. No se me hizo raro. Seguramente se quedó dormido. Cuando llegué de la escuela y abrí la puerta, me di cuenta que todo el cuarto tenía un olor a pescado. Me dio un chingo de asco. Dejé mi mochila en la entrada y me asomé para ver que pasaba. Todo se veía normal. De repente, escuché unos gemidos. Volteé hacia el baño y vi que estaba medio abierta la puerta. Dentro se encontraban, el Negro y una muchachona, teniendo relaciones sexuales. Los vi de reojo. Seguramente el Negro la contrató, porque ella estaba muy guapa para que él. Salí rápido de la casa, ya que no quería interrumpir. Afortunadamente no me vieron entrar. 

 Últimamente me he dado cuenta que, el Negro, saca lo peor de mí. Desde que me junto con él, he cambiado mucho. Inclusive, me he vuelto bien vulgar. Pero, viéndole el lado amable, ya se me quitó lo depre.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Preludios


Este es el último fin de semana que duermo en mi casa. Aún no me voy y ya comienzo a extrañarla. El domingo por la tarde debo salir rumbo a la central de autobuses para dirigirme a mi nuevo hogar. Otro ciclo escolar se acerca.

Sinceramente, hoy  planeaba no hacer nada. Solo quería empacar y quedarme, todo el día, acostado. Pero Carla vino a verme. No sé cómo entró. Solamente recuerdo que comenzaba a ganarme el sueño, producto del ocio, cuando ella me despertó con un beso en la frente. Cuando me despabilé, notó que mi mirada estaba muy perdida, y me preguntó qué pasaba. No le dije nada, pero esta vez insistió en que le diera una respuesta. Por todos los problemas con que lidié, olvidé decirle que el lunes volveré a la escuela. Un nudo en la garganta comenzó a ahogarme. Con voz carraspera, le di la noticia. Se sorprendió mucho al escucharme, pues ella creía que jamás volvería a estudiar. Lo único que pudo decirme fue “felicidades”. Me quedé anonadado. Pensé que se molestaría porque no le dije antes. Pero en vez de eso, me hizo a un lado y se acostó junto a mí.

Cayó la tarde sin que nos diéramos cuenta. La mañana se nos había ido platicando de cosas sin sentido, o al menos eso pienso porque no recuerdo nada de lo que hablamos. De repente sonó su celular, su madre le llamaba. Carla prefirió no contestar. En ese momento se levantó y me jaló de un brazo para que también yo me levantara. Me miró fijamente a los ojos y con voz tierna me deseo suerte. No recuerdo lo que me dijo después. Me perdí en su mirada. Se acercó para despedirse. Sus labios, con mucha ternura, apenas si tocaron los míos. Entonces volvió a mirarme a los ojos y me besó una vez más, pero esta vez, durante mucho tiempo. El segundo beso fue totalmente diferente. Volví a tener esa sensación que hacía mucho que no me invadía. Sentí como ese gran vació que tenía dentro del pecho era llenado lentamente. Mis manos tocaron su piel, suave e impregnada de un aroma a rosas, y mi respiración comenzó a acelerarse por el latir desmedido de mi corazón. Entonces, percibí un sabor salado que contrastaba con el dulzor de sus labios. Sus ojos habían desprendido una lágrima que rodó por su mejilla y llegó hasta nuestros labios que no dejaban de amarse.

domingo, 28 de octubre de 2012

Solo le debo todos los "te amo" que no le dije


Anoche soñé de nuevo lo que ocurrió hace un par de meses. El sueño era idéntico a lo que sucedió en realidad. Todo estaba ahí. Llegué del trabajo, a la misma hora que de costumbre, y encontré a mi madre muy cansada. Su corazón latía muy lento, y daba la impresión de que el tiempo se detenía  despacio. Me exalté mucho y de inmediato intenté llamar a un médico. En cuanto tuve el teléfono en la mano, mi madre me detuvo; sabía que todo acabaría. Me pidió que colocara una manta bajo el cerezo, el árbol más frondoso y alto de todo el jardín. Caminó despacio, se recostó en aquel árbol y cerró los ojos. No pasaron más de dos minutos, cuando noté que había dejado de moverse. Le hablé repetidas ocasiones y no me contestaba. “¡No te mueras, viejita. Por favor!” le dije en repetidas ocasiones, mientras lloraba desesperadamente. “¡Es mi maldita culpa por obedecerla, por no llamar al medico!”. Acababa de perder a la persona que más amaba en el mundo, por no actuar adecuadamente; pero, esta vez el sueño me causó un sentimiento extraño y muy diferente al de ocasiones anteriores.

Carla me visitó esta mañana. Pasamos toda la mañana hablando ese sueño, y no fue hasta después de unas cuantas horas, que quedé convencido que no tuve la culpa de nada. Entonces ella se marchó tranquila. Solo hice la última voluntad de mi madre y Carla me ayudo a comprenderlo. Sin embargo, esa tristeza arraigada en mi cabeza no desapareció. Extraño tanto a mi mamá y no pude decirle lo mucho que la amaba, ya que no tuve tiempo…

Faltan pocos días para regresar a la escuela. El uniforme, la mochila e incluso el cuarto, donde vivía durante el periodo escolar, están listos. Me siento triste. La escuela queda bastante lejos de mi casa y no podré seguir viendo a Carla. Además, mi espaciosa casa no se compara con aquel cuarto viejo y mal pintado en el que tendré que vivir de nuevo, y ahora los gastos que tengo son más grandes, así que tendré que compartirlo con alguien más para distribuirnos los gastos de la renta. Creo que debo comenzar a hacer publicidad del cuarto y pegarla en cuanto vaya a inscribirme. Además, creo que comienza a hacerme falta una rasurada y un corte de cabello. Esa escuela es tan rígida como un colegio militar.

domingo, 21 de octubre de 2012

Pensándolo bien


Después de varios días de insomnio, hoy pude dormir toda la noche. No supe exactamente a que hora desperté; pero me quedé acostado mucho tiempo, hasta que escuché repetidos golpes en la puerta. ¡Que extraño! Debe de ser un vendedor o tal vez se trate de un testigo de Jehová, pensé mientras me dirigía a abrir. En cuanto llegué a la puerta, percibí un aroma a rosas que contrastaba con el olor nauseabundo a humedad de mi casa. Al abrir la puerta, noté que se trataba de Carla. Estaba más bella que de costumbre. La miré a los ojos, y en ese instante me arrebató una sonrisa. A la vez que me correspondía, sacó de su mochila un limpiador de pisos. Lo único que pude pensar en ese momento fue: "¿Qué pretende hacer con esa cosa, vendérmela?" Enseguida, me dio un par de guantes de hule, aromatizante ambiental, una jerga y jabón en polvo, y entró a mi casa dejándome parado en la entrada con todas esas cosas. Me recordó que se acercaba la Navidad, y todo tenía que estar en orden y limpio. No le encontré sentido a sus palabras; sin embargo, dudas y más dudas se posaban en mi cabeza. ¿Por qué razón una chica como ella perdería su tiempo ayudándome a limpiar este basurero? ¡Soy un idiota!  En vez de estar agradecido por su cortesía, me la paso preguntándome por qué me ayuda o qué pretende.

Mientras limpiábamos la casa, recordamos los pocos ratos compartidos durante la secundaria. Entonces, surgió la conversación acerca del próximo inicio de semestre. Me preguntó si regresaría a la preparatoria en Febrero y así, lograr graduarme en Agosto. Me quedé callado. No parecía muy contenta, así que no preguntó nada más. Me contó sus planes para el año próximo, lucía muy entusiasmada. Pretendía ponerse a dieta, aprender a tocar la guitarra y conseguir un mejor puesto en la empresa donde trabaja. Eso de aprender a tocar la guitarra y ascender de puesto en su trabajo, me pareció excelente. Pero, ¿bajar de peso? ¡Eso no tiene sentido! Es muy delgada. Su prominente cadera denota que ha dejado atrás la adolescencia, y lo que ella considera sobrepeso es en realidad madurez. Después de unas cuantas horas, terminamos la limpieza. Ella se despidió dándome un beso el la mejilla y diciéndome: "hasta mañana".

Ahora que analizo todo lo que sucedió, me doy cuenta. Mantenerme ocupado y con compañía, ahuyenta el sentimiento de culpa.

domingo, 14 de octubre de 2012

Lidiando con realidades


De repente, tuve la sensación de un golpe en la frente que me obligó a despertar un tanto aturdido, y no fue hasta al cabo de unos instantes que recuperé la razón; creo que no he podido dormir bien desde que murió mí madre. Me acerqué al buró para mirar el reloj y me di cuenta que apenas había podido dormir unos cuantos minutos. Sin más que hacer, me dirigí de nuevo a la cama tratando de conciliar el sueño. Pero esa terrible sensación de soledad no salía de mi cabeza. Conforme las horas pasaban y pasaban, no pude más que dar de vez en cuando unas vueltas acostado sobre mi cama.


En cuanto comenzó a salir el sol me levanté de la cama, pues no le veía sentido a seguir perdiendo el tiempo de esa manera, ya que no podía ni cerrar los ojos. En el silencio de mi habitación, solo escuchaba una voz en mi cabeza que decía: “No fue tu culpa, no fue tu culpa”. Mientras goteaban un par de lágrimas.


¡En qué clase de vida he caído! Apenas dirigí la mirada hacia el reloj y  noté que ya habían transcurrido dos horas desde que me paré frente a la ventana para ver hacia el exterior de mi casa. De pronto, sonó mi celular, y apenas se registró el número telefónico de mi padre en la pantalla, decidí que sería mejor no contestarle. Lo único que ha venido haciendo desde que decidió irse de  la casa y dejarme vivir solo, es pedirme dinero, y la verdad ni tengo ni estoy del todo contento con él.


Creo que lo mejor será que salga a tomar un paseo alrededor de la colonia o tal vez fumar un cigarrillo sobre la acera. Creo que pasar el fin de semana encerrado en casa me ha traído un color frío y pálido sobre la piel.


Pensándolo bien, lo mejor será que me quede en casa. No quisiera encontrarme a Carla. Desde que murió mi madre, se ha portado muy linda, y la verdad me apenaría demasiado si me viera en estas condiciones. Mejor trataré de dormir un poco. Pero antes, llamaré a Carlos para preguntar sobre el taxi que me legó mi abuelo, y que le he confiado para que lo trabaje. Es mi única fuente de ingresos, y si falla, no tendré para los gastos que se me presenten en la escuela.